Del pianista mallorquín Agustí Fernández se podrían decir muchas cosas y todas ellas, de forma casi invariable, nos conducirían a idética conclusión: estamos ante uno de los más formidables jazzman que jamás hayan iluminado con su presencia la escena española. De sus múltiples proyectos se desprende la sensacíon de tener en Fernández a un instrumentista capaz de aunar con toda facilidad técnica y emoción en cada una de sus interpretaciones. Un pianista a quien su propio virtuosimo noconsigue alejarle de la más refrescante espontaneidad, al contrario, y que utiliza decididamente su exquisito dominio de la gramática clásica del jazz para perseguir horizontes todavía por descubrir, en lugar de limitarse a perpetuar códigos ya conocidos.
Probablemente sea esta insaciable inquietud por los caminos todavía no trillados y los territorios sonoros por cartografiar los que han llevado al mallorquín a consagrar su último proyecto a revisitar la música de otro alquimista de la libertad, el gran Ornette Coleman, el hercúleo saxofonista que hizo de su admirable producción musical un reto franco y abierto a todas las convenciones del jazz. Coleman, visceral y melódico, aguerrido y sutil, señaló al mundo nuevas sendas que transitar, trazó los planos del free, anunció a quien quiso escuchar la llegada de un lenguaje que hacía de la libertad del creador máxima incontestable. Y es a su obra a la que se acerca Agustí Fernández y su formidable banda (Liba Villavecchia –saxo- David Mengual –contrabajo-, Jo Krause –batería) en Lonely Woman, el disco en el que ha acabado desembocando la intensa actividad desarrollada en directo por el cuarteto con el espectáculo del mismo título, cuya puesta de largo tuvo lugar en el prestigioso Festival Grec de Barcelona en 2003. Incapaz de dar un paso en falso, Agustí Fernández ha conseguido huir del tributo al uso para dar foma aun disco en el que, además de revereciar la figura de Coleman, el mallorquín se permite (¡y con qué elegancia y brillantez lo hace!) dar su propia opiniónsobre la música del maestro. Fernández no copia, no pretende emular ni, por supuesto, calcar. ¿Qué sentido tendría copiar a quien hizo de su carrera un grito airado contra la copia y el conformismo? En su lugar, la banda se apropia del espíritu mismo de unas composiciones a las que dibujan una fisonomia completamente nueva, un rostro inédito hasta ahora. No podía ser de otra forma cuando, ya desde la misma gestación del proyecto, el piano de un Fernández en estado de gracia se erige en gran protagonista de unas partituras en las que jamás figuró piano alguno. No entraba este instrumento en el abanico compositivo de Coleman y, sin embargo, ahora irrumpe en ellas, accionado magistralmente por el mallorquín, con fuerza torrencial. Es el piano el que conduce unos temas (Mob Job, Happy House, Lonely Woman...) reconocibles en el genio de su interpretación, intensamente cautivadores en su belleza y de alma rejuvenecida.