La banda mallorquina ha comprado un sumergible para emprender su nuevo viaje. Un submarino con el que descender allí donde la luz jamás ha existido y la vida adopta formas que no podemos ni imaginar. A bordo de su batiscafo, el quinteto va bajando a más y más profundidad, directos al corazón de las fosas abisales. Se dirigen al centro insondable de las pasiones humanas, de la psique, la razón y, quizás más importante, la sinrazón. Dispuestos a explorar lo inexplorado; a hundirse en el universo de los sentimientos y las emociones y entregarnos después una cartografía pormenorizada de la geografía del alma. En el disco, el grupo abordó las tareas de composición y grabación como un auténtico reto, con la certeza de estar dando a luz un disco con vocación de obra magna y ambiciones ilimitadas. , por contra, no tiene la desbordante extroversión de su predecesor. Las distancias cortas y las situaciones íntimas son su hábitat natural. El lugar en el que más se puede disfrutar del delicioso surrealismo poético que es señal identitaria del grupo. Tampoco es tan evidente como lo fue en la disparidad de ritmos que delimitan el universo creativo de la banda (siempre en perpetua expansión). Ya no es tan sencillo encontrar el rastro de la bossa, la rumba o la música latina. Su lugar lo ha ocupado en buena medida un pop efervescente y de hechuras clásicas (o tan clásica como es posible tratándose de canciones de ). Delicado en ocasiones, de fuerza arrolladora en otros momentos. Condicionado, al menos en esta ocasión, por la devoción de los componentes del grupo por el pop de los ochenta y las posibilidades expresivas de los sonidos de la electrónica de primera generación, la protagonizada por Spectrums y Joysticks.
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